25 de julio de 2011

La elefanta que odiaba las tormentas.



Hola embabiados,
No son los helados los dulces que más me vuelvan loca , pero ahora mismo, en un estado mental raso y poco presto a complicarse, elijo un Cornetto Classic (el Apolo de toda la vida), mi preferido de antes, ahora y supongo que siempre.

En mi interior vive una gorda que se niega a abandonar este cuerpo tan salao que se me ha quedado. Y es que, por mucho que cambies (tampoco tanto Yolanda), en tu cabeza sigue al mando la de siempre señores, pilotando la masa gris de arriba se encuentra Yolanda, imaginadla como Eli de Pocoyo, porque así me veo yo.
Que cuando empecé a ver estos dibujos con mis hijas, no pude evitar identificarme con aquella elefanta rosa, grandota, barrigona, buena, con su carácter y a la que le encanta bailar (en eso poco, la verdad, que no es que no me guste bailar, que con el mocho y en la intimidad me marco unos bailes que ya quisieran en cualquier musical, pero en público tengo un sentido del ridículo tan grande como la Eli que me habita).

Que si tengo que elegir un elefante, elijo los africanos, no sólo porque son más grandes, sino porque son de secano, y yo tengo sobre el peso de mi conciencia la sequía de mi región. Veréis, desde pequeña, le he tenido un miedo atroz a la lluvia, que si encima venían en forma de tormenta , no te digo ná, que en casa no se distinguía  si el ruido venía del trueno o de mi barriga, sí, me descomponía en medio momento. Y tras pasar por el roca, me iba a mi habitación, donde colgaba entre las dos camas un cuadro de una virgen y le rezaba tantos Padres Nuestros, Aves Marías y Glorias al Padre (que estas oraciones sí que me las sabía), que el Señor no tenía más remedio que cesar la lluvia y concederme el ruego incesante.
Odiaba a morir las noticias del tiempo, hasta ahí mi aversión a la lluvia, que no podía ni oír los pronósticos, y me salía como alma que llevaba un elefanta que odiaba las tormentas.
Y ese odio-miedo me hizo desarrollar un instinto que aún conservo (porque aún me siguen dando miedo las tormentas), sé cuando va a llover. Y te parecerá una tontería, pero no siempre que el cielo está nublado llueve, que te lo digo yo, y cual elefanta Arapahoe, sin pluma y fogata, te indico,  con toda la grandeza con la que soy capaz, mirando al cielo y sonando un canto indio de fondo, Va a llover.

Creo que soy la admiración de madres y demás recogedores de niños del cole, porque donde tu ves indicios de lluvia yo veo certeza, y cuando tu dices Estos nublos se pasan en un pispas o incluso un Seguro que me da tiempo a llegar y no me mojo, yo digo, Que ya puede caer que yo voy preparada, y tú, madre sin instinto elefantil africano, admiras a esa mujer delgada, cuyo reflejo en los charcos es grande y rosa, y va cargada de impermeables y paraguas, Qué GRAN madre es, que sus hijas no se mojan, pensarás.
Sí, me verás altiva, sin atisbo de dudas, caminar en medio de la calle, con un paraguas cerrado en la mano, con un sol de narices, y una nube negra cojonera al fondo, si me ves, no lo dudes ni un instante, busca cobijo, busca donde guarecerte o directamente marchate a casa,  porque caerán chuzos de punta, que en otras cosas me equivoco, pero en esto NOOOOOOO (barritando).

Nos refugiamos en Babia.

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